Gottfried Leibniz malgastó grandes dosis de su talento y buena parte de su vida en su principal obra filosófico-teológica : La teodicea. En ella pretendía demostrar que no existía contradicción alguna entre las enormes calamidades y sufrimientos que decoran nuestro mundo y el derroche de virtudes infinitas de ese dios que tanto nos quiere. Por suerte a cualquier niño de 12 años en la Europa del siglo XXI, no le costaría un libro entero contestar a esa memez. Google amablemente le informaría de que era un problema estúpido basado en unas concepciones estúpidas sobre el universo que una vez tuvieron nuestros ignorantes antepasados. Pura cábala mitológica similar a las que los griegos desarrollaban sobre la inmortalidad de Pólux y la mortalidad de su hermano Cástor. Pero no hay que culpar a Liebniz ni a los griegos. Cualquier filósofo, pensador o incluso científico pre-darwiniano no podía ni tan siquiera oler la respuesta real ni a años luz de distancia. Era un problema de Fe.
Y la misma Fe es exactamente la que demuestran los filósofos neoliberales cuando nos presentan sin el más mínimo sonrojo su nuevo libro teodíceo. En el nos explican como tampoco existe contradicción entre las calamidades económicas y financieras de todo el planeta y el derroche de virtudes infinitas de EL MERCADO, infinitamente bueno, infinitamente justo, infinitamente sabio, infinitamente autorregulado. Reparten culpas a Alan Greenspan, a los Bancos Centrales, a los agentes de bolsa y a los consejos de administración con la misma soltura que Liebniz achacaba las miserias mundanas a Demonios, Diablos, Íncubos y Súcubos. Sorprendentemente son los mismos que con la caída del comunismo tuvieron meridianamente claro que el problema era el sistema y no su concreta aplicación. Y probablemente sean los mismos que aseguran que Jehová es el dios bueno y Alah y todos los otros son los falsos. Ah, nada como la fe. Mano de santo y "porta caelis" que dirían algunos.
– I.C.R –
Desinit in piscem mulier formosa superne 